La luz que me ciega.
Paz Errázuriz. Fotografa .
Malú Urriola. Poeta.
La luz que me ciega, es el nombre de un ejercicio transversal de las dos autoras, transversalidad significa cruce entre saberes o disciplinas, entre campos de interés o territorios diversos. Una salida del propio, creando una instancia de encuentro que ya no pertenece a ninguno en particular, un abandono necesario para el encuentro con el otro
El lugar del encuentro genera, en este caso un video de paradojal color, con algunas esporádicas imágenes en blanco y negro, llevado a veces hasta el contraste extremo de “foto quemada”, ese que corta la percepción del relieve, reduciendo todo a un plano, desde allí pestañea Deidamia , (¿donada de dios?) , hablándonos de su historia y del fragmento de mundo que le fuera entregado, pero también de esa ventana a un otro mundo, que las autoras nos plantean como visto desde una distinta posibilidad del que veríamos nosotros, los también otros. El video, como encuentro de las autoras entre ellas, como imagen y palabra, con el extraño mundo de esta hablante encontrada.
Deidamia comparece frente a nosotros desde las texturas de su casa de barro y sus pies también muestran, ante la irregularidad del camino y la luz del día, un andar de pasos cortos, exponiéndonos su espalda torcida, impulsando solo una parte del cuerpo, como la de quien avanza tímida o disimuladamente por un territorio desconocido, ella comienza realmente a ver cuando el cielo se oscurece, impidiendo primero la visión del color y luego, para nuestro natural progresivo dejar de ver, el ingreso al mundo de las sombras. ¿Entonces es posible una hegemonía del ver desde los que no ven la oscuridad, siendo la sombra justamente el lugar del presentimiento, del deseo de ver más? Entonces la validez de la metáfora planteada, si el ver nos hace del mundo, ¿existe solo un mundo o tantos según sea nuestra capacidad de ver? Los campesinos, en aquellos predios que aún se riegan por acequias, suelen hacerlo de noche, escapando de la secante luz del sol, aprovechando así mejor el agua y teniendo la experiencia de la oscuridad, lugar de la sugerencia provocadora de la imaginación y la leyenda, que tanto interesa a los estudios del arte en general.
La fotógrafa toma la posibilidad de Deidamia, haciéndola propia desde el mundo de las texturas, asperezas y arrugas, un mundo de otros códigos, heredados de una estirpe de sencillas cruces blancas en el cementerio del pueblo. La poeta, tomando la voz de esta dice “la vida ha hecho lo que ha querido conmigo”, pero por el relato, ella, Deidamia, también ha construido una vida, cuya diferencia la hemos construido nosotros.
Deidamia, habla con una voz que de pronto lanza tonos agudos que hieren nuestros oídos, como también lo hace el canto de un pájaro, la poeta dice “los pájaros paran delante de mí y prácticamente no los veo”. Esa voz aguda y ese grito del ave, nos hieren los oídos tal lo hace la luz en los ojos de Deidamia, cuyo pestañear constante nos recuerdan esas películas primeras de cine mudo, donde la secuencia de cuadros por minuto ponía en evidencia el mecanismo de su paso por el lente, paso de la luz cuyo blanco hiere también a nuestros ojos. La primera fotografía nos obligaba a un esfuerzo para reconocer la impronta que dejaba el recorte de los techos frente a la ventana de Niépce, fue después que los emulsionados químicos nos permitieron ver los grises de la gradación fundamental para la percepción del relieve, el color vendría mucho después. Al mundo de Deidamia no pertenecen los grises ni los colores en la escala cromática que vemos los otros, su retina carece de los foto receptores del color y carece de la percepción de grises, su mundo es de contrastes, el nuestro suaviza todo, ¿Esto autoriza la hegemonía de nuestra mirada? ¿Nos hace más suficientes? ¿Más tolerantes? “No tengo más hogar que este silencio en penumbras, balbuceando a solas con el viento”, dice la poeta. Tres fotografías en blanco y negro, únicas en el conjunto, nos muestran paisajes ásperos y deshabitados, buscando, provocando, la inmersión de nuestra mirada.
Un concepto fundamental nos instala esta obra, necesario para habilitación de su la lectura: la posibilidad de otras formas de ver y por tanto de otras posibilidades de mundo, cuyas vías de acceso se darían en el espacio de la sombra, en lo no habitado o en lo excluido, vías propias para la producción de arte actual, vías del límite de lo consabido, zona riesgo necesaria que también definen la legitimidad en un espacio dedicado a su exhibición pública, el territorio incierto en que justamente opera nuestro Museo.
Francisco Brugnoli.
Director
Museo de Arte Contemporáneo.
Diciembre, 2010
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